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e martë, 19 qershor 2007

Los efectos de la ausencia del padre en la familia

Una información publicada hace poco en un diario nacional indicaba que el 10 por ciento de las mujeres que se someten a fecundación “in vitro” en España son solteras y no piensan tener marido. En algunos centros tal porcentaje se dispara, como el USP Instituto Dexeus de Barcelona, en que mujeres sin pareja recibieron el 44,9 por ciento de las 218 inseminaciones practicadas el año pasado. Quienes recurren a estas técnicas son mujeres con autonomía económica y en su mayoría de edades superiores a los 35 años. Por ser un fenómeno reciente, no ha habido aún tiempo de calibrar los efectos sociales a medio plazo que podrá tener lo que con el paso de los años será un elevadísimo número de “niños sin padre” surgidos a través de esta forma de fecundación asistida.

Pero lo que sí se sabe son algunos de los efectos de la ausencia paterna sobre los hijos de familias desestructuradas o monoparentales. Un comentario frecuente ante las acciones de jóvenes delincuentes o violentos o de las actitudes de niños ausentes, desarraigados o víctimas del fracaso escolar crónico, es que “son de familias desestructuradas”.

Hablar de familia “monoparental” o “desestructurada” suelen ser eufemismos para indicar situaciones anómalas que en la mayoría de los casos pivotan precisamente de una forma u otra sobre la ausencia del padre en la familia.

En Estados Unidos más del 40 por ciento de los niños están creciendo sin saber lo que significa tener un padre. Alarmado por las consecuencias de tal situación, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de aquel país afirma que “el padre constituye un factor significativo en la vida de sus hijos” y que “no hay ningún sustituto para el amor, la participación y el compromiso de un padre responsable”. Investigadores de la Universidad de Maryland, por su lado, llegaron a la conclusión de que los niños que cuentan con la figura paterna tienen mayor capacidad de aprendizaje, mayor autoestima y no presentan tantos rasgos de depresión como los niños que carecen de ella. Las cifras crecientes de mujeres que buscan tener hijos en base al principio de “hijos sí, marido no”, junto al aumento de las rupturas familiares, puede tener una influencia decisiva en la sociedad del futuro.

Desmesurados y superficiales eslógans feministas han llegado a impregnar de tal modo algunos sectores de la sociedad que el hombre es visto como el culpable de todos los males de la mujer y de la familia. Para algunos la figura del padre se empieza a ver como algo superfluo y hasta la masculinidad como negativa. Algunas creen que el niño no necesita al padre.

Pero si ya es un problema grave no tener un padre como referente de lo que es el hombre, de la misma forma que la figura de la madre aporta la feminidad, mucho peor aún es entender que el padre no hace falta. No es cuestión de moralismos sino de ver la estructura antropológica de la persona humana. Incluso Margaret Meat, la antropóloga americana tan citada por las feministas, admite que el aprendizaje de la paternidad es una de las muestras de civilización del hombre porque no suele darse en los animales.

El padre enseñará al niño a “ser padre”. El niño que no sabe “ser padre” no sabrá cuidar y proteger, y presumiblemente será más violento, más antisocial, aunque haya vivido sólo con mujeres.

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