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e martë, 19 qershor 2007

El adolescente no se siente escuchado

¿Pero Ferrari se pone seria y no titubea “creo que una cosa es que el chico salga vestido dark y otra que su grupo de pertenencia tenga conductas peligrosas como la drogadicción o la violencia. Eso es otro cantar: en esos casos, seguramente el chico está intentado demandar otra cosa que tiene que ver con que el padre se haga cargo de los límites. Una cosa es respetar la individualidad del adolescente y otra es dejarlo hacer cualquier cosa en aras de que está buscando su lugar en el mundo. Eso es responsabilidad de los padres, y se deben hacer cargo de la demanda”.

Resulta esencial destacar que en cuestiones familiares no se puede generalizar, ni agotar un tema hasta sus últimos detalles sino analizar caso por caso. En este sentido, el “no me escuchan” puede deberse, también, a una imposibilidad –de parte de los padres- de aceptar que sus nenes crecen y se diferencian de sus proyecciones. “Puede relacionarse con que no aceptan que el otro no es más ese chico, un poco más grande, a quien le tienen que elegir los amigos, la música y la ropa.

En ese punto creo que hay una cuestión de que no me escuchan es no me aceptan”, indica la licenciada y advierte “pero hay que tener presente que cuando no se permite la crisis de la adolescencia al sujeto, se le compromete su posibilidad de maduración”.

Entonces explica que a los padres les cuesta separarse de los hijos porque el crecimiento de éstos los reenvía a la fantasía de la vejez. El no escuchar es no hacerse cargo de que esta persona no es ese chiquito que necesita de su cuidado. El quid de la cuestión está en comprender que el vínculo no desaparece, sino que se transforma. ¿Cómo se destraban los nudos familiares?

“En las situaciones cotidianas de familias más o menos normales con relaciones fluidas, se va saldando con el paso del tiempo. Hay peleas y reconciliaciones, acomodamiento constantes”, dice Ferrari. “En cambio, en las más complejas, el no me escucha se puede transformar en “acting” en el que el chico hace cosas terribles para ser escuchado y se accidenta con la moto o se lastima por peleas. La cuestión se torna patológica y precisa una intervención profesional”.

En definitiva, tras los enfrentamientos naturales, el adolescente va creciendo y los padres aceptando los cambios. Lentamente, el diálogo florece. Los conflictos decantan y al finalizar el secundario, las distancias trazadas conforman otra relación entre padres e hijos, en el la que cada uno puede conversar desde otra posición.

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